Trabajo de campo

Barro, sudor y botas empapadas

Las botas de agua se secan en el sol después de un día en los pantanos. Las resistentes botas de jebe son imprescindibles, tanto para los habitantes de la zona que cazan y recogen recursos naturales en los pantanos, como para los trabajadores de campo que miden los árboles y toman muestras de turba en el suelo del pantano inundado. A los pocos minutos de entrar en el bosque, la ropa está empapada en sudor y los pantalones embarrados. Con demasiada frecuencia, las botas de jebe se llenan de agua del pantano en cuestión de minutos y todos los intentos de mantenerse secos se olvidan. Pero al menos las botas siguen cumpliendo su función principal: proteger de las mordeduras de serpiente. Después de un día en el bosque, el río proporciona un refrescante baño para los cuerpos, la ropa y las botas, y por la mañana, es hora de volver a ponerse la ropa y las botas aún húmedas y aventurarse de nuevo en el pantano.

Foto: Manolo Martín Brañas

Navegando en canoa por el bosque

El asistente de campo James López rema los últimos cientos de metros a través del bosque inundado para llegar al aguajal donde las parcelas forestales de muestreo están siendo estudiadas por la estudiante de doctorado Anna Macphie.

Una vez alejados del canal principal y de los afluentes, se apaga el motor fuera de borda para utilizar los remos que nos brindan un ritmo más lento y controlado, a fin de evitar los troncos de árboles sumergidos y los troncos flotantes que podrían dañar el motor y hacer naufragar la embarcación. Las inundaciones durante la creciente de los ríos pueden facilitar la accesibilidad a zonas de turbera que están lejos de los márgenes de los ríos y a las que sería difícil llegar a pie.

Foto: Anna Macphie

Viajando entre los distintos sitios de estudio en un peque-peque

Una canoa con un pequeño motor fueraborda, llamada peque-peque por el sonido que hace, forma una estela mientras acelera por el río Tigre con el asistente de campo Don Julio durmiendo en la proa. El tiempo que pasamos en el río supone un cambio agradable respecto a la selva, ya que la brisa ahuyenta a los mosquitos y ofrece una nueva perspectiva del paisaje. Los pájaros sobrevuelan, los martines pescadores se lanzan de una orilla a otra y las garzas blancas levantan el vuelo, asustadas por el peque-peque. De vez en cuando, un delfín rosado sorprende con un chapoteo y desaparece en busca de peces.

Foto: Ian Lawson

Mirando hacia atrás en el tiempo

Una muestra de turba tomada a 1,7 m de profundidad en un aguajal utilizando el barreno ruso. La turba marrón rica en materia orgánica de la derecha se superpone a la arcilla gris pálida en la base (a la izquierda). De vuelta al laboratorio, la turba será analizada por el estudiante de doctorado Dael Sassoon para reconstruir la historia ecológica a largo plazo de las turberas. El polen fósil, producido por las plantas que crecían en el lugar cuando se formaron los sedimentos y la turba, se conserva bien en condiciones de baja oxigenación y acidez de las turberas. El polen extraído de la turba como el que se ve en la fotografía normalmente documenta el cambio del entorno, de río a lago, a turbera abierta y, finalmente, a aguajal, en el transcurso de siglos o milenios.

Foto: Dael Sassoon

Muestreo de los sedimentos en la laguna Quistococha

Se improvisa una balsa con dos canoas atadas entre sí, y se rema hasta el centro de la laguna donde se ancla la balsa con largas cañas de bambú. Desde esta plataforma, se pueden tomar muestras de sedimentos del fondo de la laguna.

Al igual que la turba, los sedimentos de la laguna se acumulan con el tiempo. El entorno anaeróbico anegado impide que los granos de polen y otros materiales orgánicos se descompongan, lo que crea un archivo de los cambios ocurridos en el pasado en la laguna y en el entorno que la rodea.

La presencia de los fragmentos de carbón vegetal en los sedimentos de Quistococha nos indican la existencia de personas habitando en la orilla de la laguna hace 2500 años, mucho antes de la primera aparición del aguajal que rodea la laguna en la actualidad. Aunque estas personas quemaban madera, no hay evidencia en el registro de polen de que causaran grandes cambios en el paisaje.

Foto: Katy Roucoux

Pintura roja en los árboles de una parcela forestal permanente

Una línea roja marca los árboles que han sido medidos e identificados dentro de una parcela forestal permanente en un bosque de turbera. Para conocer mejor un ecosistema forestal, se delimita una parcela representativa de 50 metros por 100 metros y se marcan y registran todos los árboles que la componen. Se recoge una amplia gama de datos, como la especie, la altura, el diámetro de los árboles y la profundidad de la turba. Esto permite a los investigadores calcular la cantidad de carbono que almacena el bosque.

Foto: Ian Lawson

Midiendo la altura de las palmeras

El experto trepador de árboles Julio Irarica lleva el extremo de una cinta métrica hacia el dosel del bosque, mientras la investigadora de turberas Greta Dargie espera abajo para registrar las mediciones.

La altura del tallo de los aguajes es difícil de medir con precisión desde el suelo. La única forma fiable de medirla es subir a la copa de cada palmera. La información sobre el ritmo de crecimiento de los aguajes que se obtiene de mediciones anuales contribuye a nuestra comprensión de la productividad de los aguajales; es decir, cuánta materia orgánica produce el bosque y cuánto carbono adicional almacena cada año.

Trepar a los árboles también proporciona una oportunidad de tomar una muestra de las hojas y flores de un árbol. Muchas de las especies de estos bosques solo pueden identificarse con seguridad comparando especímenes colectados en el campo con colecciones de referencia en un herbario (algo así como una biblioteca de plantas).

Foto: Ian Lawson

Árbol en una parcela forestal permanente

Cada individuo arbóreo dentro de la parcela forestal permanente se marca con pintura roja y con una etiqueta de aluminio numerada. El diámetro de los árboles suele medirse de nuevo cada ciertos años, lo que permite determinar con qué velocidad crece cada árbol y cuánto carbono almacena. A veces se necesitan resultados más detallados del crecimiento. En este caso, utilizamos una banda dendrométrica (literalmente "medidora de árboles") alrededor del tronco, con un resorte para permitir el crecimiento. Cada ciertos meses se mide el crecimiento del árbol, es decir medimos el estiramiento de la banda dendrométrica al milímetro. De este modo, el monitoreo de los árboles genera los datos necesarios para comprender la salud y la dinámica de estos bosques, su contribución al ciclo de los nutrientes y, por tanto, su papel en la mitigación del cambio climático.

Foto: Ian Lawson

Experimento sobre descomposición

Las bolsas verdes de malla de plástico están llenas con una cantidad similar de hojas muertas y reposan en el suelo del bosque, listas para ser enterradas en la turba como parte de un experimento que mostrará la velocidad a la que se descompone la materia orgánica. Cada tres meses se tomará un pequeño grupo de estas bolsas de hojarasca y se secará y pesará su contenido. El peso perdido representa la cantidad de materia orgánica que se ha descompuesto. Junto a ellas, la parte superior de un tubo de plástico gris está marcada con cinta de rosada. Este tubo con perforaciones se introduce un metro en la turba. Dentro del tubo se suspende un registrador automático del nivel de agua. Este instrumento registrará discretamente la altura cambiante del nivel del agua en el suelo cada quince minutos durante los dos años del experimento, lo que permitirá a los investigadores medir el efecto de la inundación en la velocidad de descomposición de la hojarasca.

Foto: Ian Lawson

Instalando un pluviómetro

El técnico forestal Julio Irarica instala un pluviómetro en Veinte de Enero en el río Marañón. La precipitación media anual en esta parte de la cuenca del Amazonas es de unos 3000 mm al año, más de cuatro veces la precipitación reportada en el este de Fife. La medición del volumen de agua que cae y cómo varía a lo largo del año ayuda a los investigadores a comprender la variación en el nivel del agua en el suelo de las turberas. Una tormenta local suele provocar rápidamente niveles altos de agua en las turberas, sin embargo, los cambios a largo plazo en los flujos de agua subterránea y las inundaciones de los ríos pueden reflejar los patrones de precipitación y derretimiento de la nieve río arriba en los Andes.

Foto: Ian Lawson

Barro, sudor y botas empapadas

Las botas de agua se secan en el sol después de un día en los pantanos. Las resistentes botas de jebe son imprescindibles, tanto para los habitantes de la zona que cazan y recogen recursos naturales en los pantanos, como para los trabajadores de campo que miden los árboles y toman muestras de turba en el suelo del pantano inundado. A los pocos minutos de entrar en el bosque, la ropa está empapada en sudor y los pantalones embarrados. Con demasiada frecuencia, las botas de jebe se llenan de agua del pantano en cuestión de minutos y todos los intentos de mantenerse secos se olvidan. Pero al menos las botas siguen cumpliendo su función principal: proteger de las mordeduras de serpiente. Después de un día en el bosque, el río proporciona un refrescante baño para los cuerpos, la ropa y las botas, y por la mañana, es hora de volver a ponerse la ropa y las botas aún húmedas y aventurarse de nuevo en el pantano.

Foto: Manolo Martín Brañas

Navegando en canoa por el bosque

El asistente de campo James López rema los últimos cientos de metros a través del bosque inundado para llegar al aguajal donde las parcelas forestales de muestreo están siendo estudiadas por la estudiante de doctorado Anna Macphie.

Una vez alejados del canal principal y de los afluentes, se apaga el motor fuera de borda para utilizar los remos que nos brindan un ritmo más lento y controlado, a fin de evitar los troncos de árboles sumergidos y los troncos flotantes que podrían dañar el motor y hacer naufragar la embarcación. Las inundaciones durante la creciente de los ríos pueden facilitar la accesibilidad a zonas de turbera que están lejos de los márgenes de los ríos y a las que sería difícil llegar a pie.

Foto: Anna Macphie

Viajando entre los distintos sitios de estudio en un peque-peque

Una canoa con un pequeño motor fueraborda, llamada peque-peque por el sonido que hace, forma una estela mientras acelera por el río Tigre con el asistente de campo Don Julio durmiendo en la proa. El tiempo que pasamos en el río supone un cambio agradable respecto a la selva, ya que la brisa ahuyenta a los mosquitos y ofrece una nueva perspectiva del paisaje. Los pájaros sobrevuelan, los martines pescadores se lanzan de una orilla a otra y las garzas blancas levantan el vuelo, asustadas por el peque-peque. De vez en cuando, un delfín rosado sorprende con un chapoteo y desaparece en busca de peces.

Foto: Ian Lawson

Mirando hacia atrás en el tiempo

Una muestra de turba tomada a 1,7 m de profundidad en un aguajal utilizando el barreno ruso. La turba marrón rica en materia orgánica de la derecha se superpone a la arcilla gris pálida en la base (a la izquierda). De vuelta al laboratorio, la turba será analizada por el estudiante de doctorado Dael Sassoon para reconstruir la historia ecológica a largo plazo de las turberas. El polen fósil, producido por las plantas que crecían en el lugar cuando se formaron los sedimentos y la turba, se conserva bien en condiciones de baja oxigenación y acidez de las turberas. El polen extraído de la turba como el que se ve en la fotografía normalmente documenta el cambio del entorno, de río a lago, a turbera abierta y, finalmente, a aguajal, en el transcurso de siglos o milenios.

Foto: Dael Sassoon

Muestreo de los sedimentos en la laguna Quistococha

Se improvisa una balsa con dos canoas atadas entre sí, y se rema hasta el centro de la laguna donde se ancla la balsa con largas cañas de bambú. Desde esta plataforma, se pueden tomar muestras de sedimentos del fondo de la laguna.

Al igual que la turba, los sedimentos de la laguna se acumulan con el tiempo. El entorno anaeróbico anegado impide que los granos de polen y otros materiales orgánicos se descompongan, lo que crea un archivo de los cambios ocurridos en el pasado en la laguna y en el entorno que la rodea.

La presencia de los fragmentos de carbón vegetal en los sedimentos de Quistococha nos indican la existencia de personas habitando en la orilla de la laguna hace 2500 años, mucho antes de la primera aparición del aguajal que rodea la laguna en la actualidad. Aunque estas personas quemaban madera, no hay evidencia en el registro de polen de que causaran grandes cambios en el paisaje.

Foto: Katy Roucoux

Pintura roja en los árboles de una parcela forestal permanente

Una línea roja marca los árboles que han sido medidos e identificados dentro de una parcela forestal permanente en un bosque de turbera. Para conocer mejor un ecosistema forestal, se delimita una parcela representativa de 50 metros por 100 metros y se marcan y registran todos los árboles que la componen. Se recoge una amplia gama de datos, como la especie, la altura, el diámetro de los árboles y la profundidad de la turba. Esto permite a los investigadores calcular la cantidad de carbono que almacena el bosque.

Foto: Ian Lawson

Midiendo la altura de las palmeras

El experto trepador de árboles Julio Irarica lleva el extremo de una cinta métrica hacia el dosel del bosque, mientras la investigadora de turberas Greta Dargie espera abajo para registrar las mediciones.

La altura del tallo de los aguajes es difícil de medir con precisión desde el suelo. La única forma fiable de medirla es subir a la copa de cada palmera. La información sobre el ritmo de crecimiento de los aguajes que se obtiene de mediciones anuales contribuye a nuestra comprensión de la productividad de los aguajales; es decir, cuánta materia orgánica produce el bosque y cuánto carbono adicional almacena cada año.

Trepar a los árboles también proporciona una oportunidad de tomar una muestra de las hojas y flores de un árbol. Muchas de las especies de estos bosques solo pueden identificarse con seguridad comparando especímenes colectados en el campo con colecciones de referencia en un herbario (algo así como una biblioteca de plantas).

Foto: Ian Lawson

Árbol en una parcela forestal permanente

Cada individuo arbóreo dentro de la parcela forestal permanente se marca con pintura roja y con una etiqueta de aluminio numerada. El diámetro de los árboles suele medirse de nuevo cada ciertos años, lo que permite determinar con qué velocidad crece cada árbol y cuánto carbono almacena. A veces se necesitan resultados más detallados del crecimiento. En este caso, utilizamos una banda dendrométrica (literalmente "medidora de árboles") alrededor del tronco, con un resorte para permitir el crecimiento. Cada ciertos meses se mide el crecimiento del árbol, es decir medimos el estiramiento de la banda dendrométrica al milímetro. De este modo, el monitoreo de los árboles genera los datos necesarios para comprender la salud y la dinámica de estos bosques, su contribución al ciclo de los nutrientes y, por tanto, su papel en la mitigación del cambio climático.

Foto: Ian Lawson

Experimento sobre descomposición

Las bolsas verdes de malla de plástico están llenas con una cantidad similar de hojas muertas y reposan en el suelo del bosque, listas para ser enterradas en la turba como parte de un experimento que mostrará la velocidad a la que se descompone la materia orgánica. Cada tres meses se tomará un pequeño grupo de estas bolsas de hojarasca y se secará y pesará su contenido. El peso perdido representa la cantidad de materia orgánica que se ha descompuesto. Junto a ellas, la parte superior de un tubo de plástico gris está marcada con cinta de rosada. Este tubo con perforaciones se introduce un metro en la turba. Dentro del tubo se suspende un registrador automático del nivel de agua. Este instrumento registrará discretamente la altura cambiante del nivel del agua en el suelo cada quince minutos durante los dos años del experimento, lo que permitirá a los investigadores medir el efecto de la inundación en la velocidad de descomposición de la hojarasca.

Foto: Ian Lawson

Instalando un pluviómetro

El técnico forestal Julio Irarica instala un pluviómetro en Veinte de Enero en el río Marañón. La precipitación media anual en esta parte de la cuenca del Amazonas es de unos 3000 mm al año, más de cuatro veces la precipitación reportada en el este de Fife. La medición del volumen de agua que cae y cómo varía a lo largo del año ayuda a los investigadores a comprender la variación en el nivel del agua en el suelo de las turberas. Una tormenta local suele provocar rápidamente niveles altos de agua en las turberas, sin embargo, los cambios a largo plazo en los flujos de agua subterránea y las inundaciones de los ríos pueden reflejar los patrones de precipitación y derretimiento de la nieve río arriba en los Andes.

Foto: Ian Lawson